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LA RAZÓN DE LOS SUEÑOS O LOS SUEÑOS DE LA RAZÓN    
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-Hay en la pintura de Monedero un peculiar sentido—y aún aullido—de lo religioso. Al cabo de los años, al cabo de la contemplación ansiosa de sus telas, no ya el tejido roto de la vida, no ya el vértigo que es exigible a todo verdadero arte, no, veo también a un bonzo, si, a un hombre que arde, a un hombre que se precipita sobre sí mismo, a un hombre que hurga, que busca desesperada, telúricamente en sí mismo. Monedero es el Cristo que tiembla y desciende dentro de esa llamarada de sangre que lo va envolviendo a cada pincelada, a cada aliento. Monedero es esa mueca terrible que te acecha y que te persigue más allá de la noche y de los símbolos... Porque un hombre que pinte como lo hace Monedero sólo puede merecer la horca, el escarnio, el exilio, el más tenaz y sombrío de los cerrojos. Un hombre que nos mira tan de frente, que nos muestra así sus vísceras, el amargo licor de nuestras vísceras, un hombre que nos toca el cascabel como se tratase de una serpiente, por el simple y meridiano placer de vernos correr despavoridos, solo puede merecer la horca. Las merecería, sí, si acaso no estuviésemos convencidos de que su lucidez< es insobornable, de que la certeza de su bisturí no admite dudas, de que la valentía y seguridad de su obra no puede dejarnos indiferentes... Lo ahorcaríamos—no sé hasta que punto lo hacemos y lo seguimos haciendo todos los días, a cada minuto—si no fuese porque en el fondo él no hace más que suscribir todas nuestras miserias y todas nuestras paranoias, esas provincias donde sólo es posible sobrevivir gracias al coraje o al suicidio; ésas que Monedero opera cono el oncólogo, que al final de la intervención nos advierte que eso que nos deshacía por dentro, eso que cabalgaba en el fondo de nosotros, no era más que una enorme rosa encendida, un puñal de carne que es necesario fumigar con nuestra propia mirada. Por eso, Monedero, psiquiatra y cirujano y rabdomante y embaucador, a la vez que nos destripa, esboza una sonrisa, más bien una mueca, un guiño grotesco que nos afirma en la difícil contorsión que consiste en seguir vivos y bien vivos. Nos dejaremos sorprender, sí, como las moscas por el camaleón, por ese personaje con aspecto de monje tibetano, todo suavidad y delicadeza... Para luego irnos resbalando por la galería sostenidos en sus brazos, admirando todos esos muros, todas esas puertas y ventanas que nos observan. Creeremos estar con Stevenson, con Swifl, con Celine, con Toulouse-Lautrec, con Milton, con Duchase, con Kierkegaard o con Passolini. Pero no, estaremos frente a Monedero, frente a la razón de los sueños o, por qué no, frente a los sueños de la razón.
 
Manuel Moya Escobar
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